Las pasadas pascuas estuve colaborando con mi familia en el cultivo de la “trufa negra”, ya que mis abuelos son productores de lo que se considera “el diamante negro” de la gastronomía.
Me ha parecido una experiencia muy importante y por eso os la quiero contar.
La trufa negra es un hongo que brota de las raíces de carrascas, robles, encinas y avellanos. Se caracteriza por una forma y tamaño irregular, una superficie rugosa y un color violeta muy oscuro. Tiene un penetrante aroma y sabor.
La trufa es un alimento de lujo en el mercado gastronómico por su elevado precio. Esta crece en zonas de clima mediterráneo. Para cultivarla, primero hay que buscar el terreno adecuado, es decir, terrenos calizos y de una fertilidad de media a baja.
En segundo lugar se deberá plantar el árbol con las raíces inoculadas de esporas de trufa. Desde el momento de plantación hasta la aparición de las primeras trufas deberán transcurrir entre 4 y 5 años. Se deben cosechar entre diciembre y marzo, que es cuando están maduras.
Al final de la temporada hay que hacer pozos para introducir la turba, que es una mezcla de sustrato con esporas de trufa, para aumentar la producción del año siguiente. Este proceso final es el que yo he realizado con mi familia.
Primero se hacen cuatro agujeros alrededor de la carrasca. Más tarde se le añade la turba y finalmente se mezcla con tierra del campo en el propio agujero y se tapa.
Este trabajo cansa mucho ya que tienes que agacharte y levantarte todo el rato y llevar la máquina para hacer hoyos por todo el campo. Mi familia y yo hicimos alrededor de 1000 agujeros, más o menos 9 campos.
Mi abuelo se puso muy contento porque le habíamos ayudado y nos pagó a mí, a mi hermana Ángela y a mis dos primos Pablo y David.
Fue una experiencia alucinante porque aprendí mucho sobre las trufas y porque pudimos estar toda la familia junta.
Irene V.